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lunes, 4 de octubre de 2010

POEMAS DE JAIME SILES





Jaime Siles (Valencia, 1951). Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca. Becado por la Fundación Juan March, amplió estudios en la Universidad de Tübingen bajo la dirección de Antonio Tovar. Posteriormente trabajó como investigador contratado en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Colonia. De 1976 a 1980 fue profesor de Filología Latina en la Universidad de Salamanca; de 1980 a 1982, por oposición, en la de Alcalá de Henares. En 1983 obtuvo la cátedra de Filología Latina de la Universidad de la Laguna (Tenerife). Este mismo año fue nombrado Director del Instituto Español de Cultura en Viena y Agregado Cultural en la Embajada de España en Austria. Catedrático Honorario de la Universidad de Viena (1984-1986), ha impartido clases también en las universidades de Graz, Salzburg, Madison-Wiscosin, Bérgamo, Berna y St. Gallen. Actualmente es Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Valencia. En 1973 obtuvo el Premio Ocnos; en 1983, el Premio de la Crítica; y, en 1989, el Premio Internacional Loewe de Poesía. Ganó la primera edición del Premio Generación del 27. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Génesis de la luz (Málaga, El Guadalhorce, 1969); Biografía Sola (Málaga, El Guadalhorce, 1971); Canon (Barcelona, Llibres de Sinera, Ocnos, 1973); Alegoría (Barcelona, Ámbito Literario, 1977); Poesía 1969-1980 (Madrid, Visor, 1983); Música de Agua (Madrid, Visor, 1983); Poemas al revés (Madrid, Ediciones El Tapir, 1987); Columnae (Madrid, Visor, 1987); Obra poética 1969- 1989. La Realidad y el Lenguaje. (Prólogo de Ramón Irigoyen, Aula de Poesía Latinoamericana de la Biblioteca "Casa de la Entrevista", Alcalá de Henares, 1989); Semáforos, Semáforos (Madrid, Visor, 1990); Himnos tardíos (Madrid, Visor, 1990); El Gliptodonte y otras canciones para niños malos (Madrid, Austral Juvenil, Espasa-Calpe, 1990); Poesía 1969-1990 (Madrid, Visor, 1992).


 TRAGEDIA DE LOS CABALLOS LOCOS


A Marc Granell




Dentro de los oídos,
ametralladamente,
escucho los tendidos galopes de caballos,
de almifores perdidos
en la noche.
Levantan polvo y viento,
al galopear el suelo
sus patas encendidas,
al herir el aire
sus crines despeinadas,
al tender como sábanas
sus alientos de fuego.
Lejanos, muy lejanos,
ni la muerte los cubre,
desesperan de furia
hundiéndose en el mar
y atravesándolo como delfines vulnerados de tristeza.
Van manchados de espuma
con sudores de sal enamorada,
ganando las distancias
y llegan a otra playa
y al punto ya la dejan,
luego de revolcarse, gimientes,
después de desnudarse las espumas
y vestirse con arena.
De pronto se destienen. Otra pasión los cerca.
el paso es sosegado
y no obstante inquieto,
los ojos coruscantes, previniendo emboscadas.
El líquido sudor que los cubría
se ha vuelto de repente escarcha gélida.
Arpegian sus cascos al frenar
el suelo que a su pie se desintegra.
Ahora han encontrado de siempre, sí, esperándoles
las yeguas que los miran.
Ya no existe más furia, ni llama que el amor, la dicha de la
sangre,
las burbujas amorosas que resoplan
al tiempo que montan a la s hembras.
Y es entonces el trepidar de pífanos, el ruido de cornamusas,
el musical estrépito
que anuncia de la muerte la llegada.
Todos callan. Los dientes se golpean quedándose
soldados.
Oscurece. La muerte los empaña, ellos se entregan
y súbito, como en una caracola fenecida, en los oídos escucho
un desplomarse patas rabiosas, una nube de polvo levantado
por crines,
un cataclismo de huesos que la noche se encarga
de enviar hacia el olvido.

 ACIS Y GALATEA




Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;


ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin.


El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las puntas de sus pies;


el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras de bisel;


las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa piel.


La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero, más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.


El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es -ni por asomo- de Poussin.


El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ella y él,
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca, lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.

 BIOGRAFÍA


Mi ayer son algas de pasión,
luces de espuma.
Y una arena insaciable que devora
los cuerpos submarinos.
Un cielo blando donde beben
las palomas sin rumbo del estío.






CONVENTO DE LAS DUEÑAS

A Federico Ordiñana




El oscuro silencio tallado sobre el tacto
golpea sin tocar la luz de esta materia,
de esta altura perdida persiguiendo
la eternidad donada a sus figuras.


Un sosiego perenne asciende hasta la música.
difumina los ecos sonoros del espacio
y pulsa, impele, domeña, geometriza
la mágica sorpresa del aire en surtidores.


Infiel al arbotante, a la jamba convexa,
al ritmo que la mano con claridad impone,
deja un aliento verde para llegar al sueño,
al éxtasis que crece desde la piedra en fuga.


Y queda un resplandor, una callada imagen,
un fragmento de tiempo que impreciso se ahonda
y nunca más se ha sido: se está siendo
porque en su dimensión la forma dura.




DAIMON ATOPON

A Marifé y Pepe Piera


I



Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.


Te ocultas en los ríos,
en las hojas de piedra,
en las lunas heladas.
Vives tras de las venas,
al borde de los dientes,
invisible en la sangre, desnuda, de la aurora.


Te he visto muchas veces arder en los cristales,
saltar en las pupilas,
consumirte en los ecos de un abismo innombrable.


Tu sombra me dio luz,
acarició mi frente,
se hizo cuerpo en mi boca.
Y tu mirada quema, relámpago de hielo,
humo en las cejas,
lava.

 II



Árbol de olvido, tú,
cuerpo incesante,
paloma suspendida sobre el vértigo.
Hay una sal azul tras de tus cejas,
un mar de abierto fuego en tus mejillas
y un tic-tac indecible que me lleva
hasta un profundo dios hecho de espuma.


Y es otear el aire,
arañar el misterio,
acuchillar la sombra.


Y te voy descubriendo,
metálica mujer, entre el espino:
un murmullo de sangre transparente
en el rostro perdido del silencio.


III



Por ti la luz asciende a mediodía,
arena prolongada hasta mis labios,
hilo de tierra ardiente y presurosa
donde el espacio brota mas intenso.


Es un géiser de espuma,
de interrumpida lava,
de paloma incompleta
que multiplica el aire en dimensión de voces.


Todo es música, nota, diapasón.
Hasta los cuerpos, en la nada, suenan.





EL CORAZÓN DEL AGUA



Remos, mareas, olas.
Un murmullo impreciso perpetúa
la oculta faz del imposible aliento.


Una gota de sal disuelta llama
sobre un pecho pretérito
buscándote.


Un párpado de luces diminutas
donde tus dedos tocan el azogue.


Un latido oxidado que penetra
y lame y teje y corta claridades.
Sólo existir perdido
donde el agua
multiplica su rostro en otras ondas.

 HIMNO A VENUS



Amor bajo las jarcias de un velero,
amor en los jardines luminosos,
amor en los andenes peligrosos
y amor en los crepúsculos de enero.


Amor a treinta grados bajo cero,
amor en terciopelos procelosos,
amor en los expresos presurosos
y amor en los océanos de acero.


Amor en las cenizas de la noche,
amor en un combate de carmines,
amor en los asientos de algún coche,


amor en las butacas de los cines.
Amor, en las hebillas de tu broche,
gimen gemas de jades y jazmines.





INTERIORES




I

En el tacto interior de esas gaviotas
hay un eco de sombras que conduce
a una intemperie toda de cristal.


Lo que el aire levanta es su presencia
que, en un compás de luces, se diluye
hacia una abierta y sola identidad.


¡Qué profundo interior éste del aire,
cuyas formas modulan su no ser!




II

¿Qué puede al hombre cautivar, sino la música
que en la quietud la arena en sí eterniza
y las olas tan sólo que a lo lejos
una a una, en su olvido, repite sin cesar?


Como su cuerpo son, también, de sombra
y entre su voz la sal es lo que dura
y ese rumor del eco en transparencia
de quien no sabe de otra eternidad.


¿Puede la música ser algo más que sombras
hechas a medida de una idea,
talladas en cristal por el que olvida
que hace surgir un dios de entre sus notas?


¿O lo que aquí llamamos música pudiera
muy bien llamarse el ala de una duda
y el paraíso firme que sostienen
interiores columnas de temblor?




MAYO DEL 68


La falda resbalaba
por el fucsia frambuesa
de sus medias. La lava,
por su tez de tigresa.


Nevaba, sí, nevaba
una canción francesa.
Por su boca marchaba
la armada japonesa.


Era París en mayo
Boticelli: la diosa
que surgía del tallo.


Cimabué. Cimarosa.
Libertad: aquel rayo
de pestaña furiosa.

 METAMORFOSIS



Indivisible voz
de indivisibles gotas
el fuego llega a ti
en voz de agua.
Mármoles, musgos, líquenes
que fueron
tu memoria de entonces
en el agua.


Bajo formas de fuego
que son luz
las figuras del fuego
que son agua.

 MÚSICA DEL AGUA



El espacio
-debajo del espacio-
es la forma del agua
en Chantilly.


No tú, ni tu memoria.
Sólo el nombre
que tu lenguaje escribe
en tu silencio:


un idioma de agua
más allá de los signos.




NATURALEZA


A José M. Guelbenzu


Y si, de pronto, tú, naturaleza,
entre pliegues de piedra me mirases
y no pudiera ser yo, sino tu.música
en los mismos instantes que dura una verdad;
una verdad que pasa por un cuerpo
abriéndole a los ojos todas sus superficies
para dejar de ser lo sido cada día,
para dejar de ser una verdad,
qué transparencia en la quietud del fondo.




PARÁBOLA DE ESTE MISMO LUGAR



El que camina y va
y el que regresa


El que está en un lugar
y el que ha venido


El que está inmóvil
y aquel que no ha tornado


El que sólo es el tiempo
de un espacio distinto


El que nunca es el tiempo
ni tampoco el lugar


El que es y no es
el que será y ha sido


El que era agua
y ahora es sólo aire


El que era tierra
y ahora es sólo agua


El que era aire
y ahora es sólo tierra


Informan la materia
de este mismo lugar


donde el que es ya era
y el que será ya ha sido


porque son la materia
de este mismo lugar.

 RITORNELLO


Nada hay en mí, sino esos horizontes
que alguien dormido contempla desde un mar:
desde otro mar, que acaso ya no existe.




SILENCIO

Equilibrio de luz
en el sosiego.
Mínima tromba.
Ensoñación. quietud.
Todo:
un espacio sin voz
hacia lo hondo oculto.




SIN


Sin signos.
Sin idioma.
Sin final.
Tal cual a ti
en ti
nada te cambia.
Lo anterior a tu voz,
eso es el mundo.




VARIACIÓN BARROCA SOBRE UN TEMA DE LUCRECIO




I


En una noche nos hacemos viejos
y, al despertar al mundo, la mañana
en la luz del cristal de la ventana
nos clava, como insultos, sus reflejos.


Los ojos en el agua son espejos
de la memoria llena de gris grana
y la palabra, para siempre cana,
nos deja sus acentos circunflejos.


En el lavabo de las horas lavo
el hollín de los días. Las semanas
dejan cal en el cuerpo; ladeada,
la sombra de los años; ignorada,
la inteligencia de las cosas vanas:
el grifo, el jabón, este lavabo.



II


El grifo, el jabón, este lavabo
adelantan la ciencia soberana
del existir: mirar por la ventana,
ver cuántas cosas cada día lavo.


Un resplandor de rayas, rojos lagos,
una copa, un libro, una mañana
de otro rostro mirando en la ventana
el mismo gris de sus contornos vagos


me hacen saber que acentos circunflejos,
auroras grises de los días, granas
sombras inmovilizan los espejos;
que somos el rumor de los reflejos
de las horas, los días, las semanas
y que una noche nos hacemos viejos.