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jueves, 3 de febrero de 2011

POEMAS DE LUIS GARCÍA MONTERO







LUIS GARCIA MONTERO nació en Granada, en 1958. Es Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Granada. Entre sus libros de poemas pueden destacarse: Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn (1980), Tristia (en colaboración con Álvaro Salvador, 1982, Hiperión 1989), El jardín extranjero(1983, Hiperión 1989), Diario cómplice (Hiperión, 1987), Las flores del frío (Hiperión, 1991), Habitaciones separadas (Visor, 1994), Completamente viernes (Tusquets, 1998), La intimidad de la serpiente (Tusquets, 2003) y Vista cansada (Visor, 2008). Su poesía juvenil fue reunida en el volumen Además (Hiperión, 1994). Ha reunido también una selección de su obra en Casi cien poemas (Hiperión, 1997), Antología personal (Visor, 2001), Poesía urbana (2002), Poemas (Visor, 2004), Poesía. 1980 –2005 (Tusquets, 2006) y Cincuentena (Hiperión, 2010). Se le han concedido los Premios Federico García Lorca de la Universidad de Granada (1980), Adonais (1982), Loewe de Poesía (1993), Premio Nacional de Poesía (1994) y Premio Nacional de la Crítica (2003). Se le ha concedido también la Medalla de Oro de Andalucía. Como ensayista ha publicado El teatro medieval. Polémica de una inexistencia (1984), Poesía, cuartel de invierno (1987, 1988, Seix Barral, 2002), ¿Por qué no es útil la literatura? (en colaboración con Antonio Muñoz Molina, Hiperión, 1993), Confesiones poéticas (Diputación de Granada, 1993), El realismo singular (Libros de Hermes, 1993), Aguas territoriales (Pre-Textos, 1996), Lecciones de poesía para niños inquietos (Comares, 1999), El sexto día. Historia íntima de la poesía española (Debate, 2000), Gigante y extraño. Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (Tusquets, 2001), Los dueños del vacío. La conciencia poética, entre la identidad y los vínculos (Tusquets, 2006), Inquietudes bárbaras,  (Anagrama, 2008) y varias ediciones críticas de Federico García Lorca (Poema del cante jondo, Espasa Calpe, 1992), Rafael Alberti (Obras completas, Aguilar, 1988), Luis Rosales (El náufrago metódico, Visor, 2005) y Carlos Barral (Cuaderno de Metropolitano, Cátedra, 1997). Es también autor del libro de prosa narrativa Luna del sur (Renacimiento, 1992) y, junto a Felipe Benítez Reyes, de la novela Impares, fila 13 (Planeta, 1996). Colabora como columnista en la edición de El País de Andalucía. Ha recogido selecciones de sus artículos en los libros La puerta de la calle (Pre-textos, Valencia, 1997), La casa del jacobino (Hiperión, 2003) y Almanaque de fabulador (Tusquets, 2003). Por la novela Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara, 2009) recibió el Premio del Gremio de Libreros de Madrid como mejor libro del año.



A VECES UNA PIEL ES LA ÚNICA RAZÓN DEL OPTIMISMO

Debería llover
y hace falta ser lluvia,
caer en los tejados y en las calles,
caer hasta que el aire ponga
ojos de cocodrilo
mientras muerde la tierra igual que una manzana,
caer sobre la tinta del periódico
y caer sobre ti
que no llevas paraguas,
que te llamas María y Almudena,
que piensas como abril
en hojas limpias bajo el sol de mayo.
A veces una piel
pudiera ser la única razón del optimismo.
(Poema inédito)


CABO SOUNION


Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

Serán memoria y piel de mi presente
o sólo humillación, herida intacta.
Pero al correr del tiempo,
cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.
Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir,
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo.

  


CANCIÓN DE ANIVERSARIO                                                                                                                                                
                                                                                                                                                "...incómodos
                                                                                                                       de no sentir el peso de los años".
                                                                                                                                   Jaime Gil de Biedma

Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.

Hoy sabemos que entonces,
cuando tus veinte años y mi primer abrazo,
empezamos por ser
sobre todo indecisos: la tímida torpeza
de la primera noche
y la dificultad
con que dejar las manos
en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora
extrañamente hermoso estar aquí,
demasiado a menudo y decididos,
incómodo
de no sentir el peso de los años
aprendiendo contigo la premeditación
y escribiendo en tu piel mi alevosía.

Porque suele haber bancos donde se espera siempre,
aceras que prefieres por costumbre
o líneas de autobús al mediodía.

Y sin embargo tú
reapareces inédita en tu gesto
para decirme hoy
que le conteste al tiempo y sus preguntas
el práctico saber que tienes de mi cuerpo.






CONFESIONES


Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.


CANCIÓN DE LA BRUJERÍA



Señor compañero, Señor de la noche,
haz que vuelva su rostro
quien no quiso mirarme.

Que sus ojos me busquen
sostenidos y azules
por detrás de la barra.

Que pregunte mi nombre
y se acerque despacio
a pedirme tabaco.

Si prefiere quedarse,
haz que todos se vayan
y este bar se despueble
para dejarnos solos
con la canción más lenta.

Si decide marcharse,
que la luna disponga
su luz en nuestro beso
y que las calles sepan
también dejarnos solos.

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que no cante el gallo
sobre los edificios,
que se retrase el día

y que duren tus sombras
el tiempo necesario.

El tiempo que ella tarde en decidirse.



AUNQUE TÚ NO LO SEPAS

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.


COMO CADA MAÑANA



Ahora sé
que estas calles nos han hecho solitarios
y nuestro corazón
tiene el pulso amarillo
de las maderas lentas de un tranvía.

Sobre su cuerpo viejo
andábamos despacio, de forma irregular,
con una simetría parecida a los árboles.

Era hermoso acudir
cada mañana
y respetar la cita con la hiedra
del muro,
los ropajes cansados de las casas estrechas
y de las calles sucias. Agradable
cruzar sobre algún puente,
detenerse lo exacto
para ver cómo el agua discute en las orillas.

En su jardín olimos
los primeros inviernos, su curso indefinido
por entre las palmeras.
Casi nadie pasaba,
sólo había
cuarenta sillas rojas
de los bares cerrados y alguna soledad
definitiva.

Durante muchos años,
durante tantos días que pasaron
el uno tras el otro,
el deber era un cierto paseo solitario,
la cita con un rumbo que sólo desviamos
para pisar las horas que caían,
los sueños que faltaban,
la superficie helada de los charcos,
para saltar los setos
o besamos las uñas moradas por el frío.
Y llegando a la puerta solíamos comprar
pequeños caramelos de nata o de violetas.

Entrábamos por fin para mezclamos
como cada mañana de la vida
con el paso cansado, los azulejos fríos
de un mundo hecho en latín
y números romanos.

Ahora sé
que en aquella ciudad deshabitada
la gente andaba triste,
con una soledad definitiva
llena de abrigos largos y paraguas.






[Como el primer cigarro...]



Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillante sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas 
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas,
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también se hicieron
los muebles a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-
en una habitación parecida a la nuestra,
con libros y con cuerpos parecidos,
estuvimos amándonos
bajo el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.




CONVERSACIONES


Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también los muebles
se hicieron a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-,
en una habitación parecida a l a nuestra,
con libros y con cuerpos parecidas,
estuvimos amándonos
en el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.




CONFESIONES


Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.




DEDICATORIA


Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

  


[Déjame, pensamiento, déjame...]



Déjame, pensamiento, déjame,
mañana seré tuyo,
volveré a ser tu presa.
                                    Pero hoy,
mientras la luz araña en los árboles y pide
una oportunidad,
quiero que me recoja la inútil primavera.

A la casa del frío
regresaré mañana, cuando el tiempo
exponga sus razones
y el corazón pregunte
lo que falta por ver,
cuántos latidos
pueden quedarle para detenerse.


  
DESORDENADAMENTE


Tus ojos
que están llenos de selvas y son un manifiesto,
desordenadamente
me hacen aventurero
                                             y revolucionario






[Esa luna color de viejo saxofón]



Esa luna color de viejo saxofón
me retendrá en París.
Esa luna color de vieja mariposa,
de alma vieja buscando sobre el viento
ojos para mirar el fin de siglo,
gatos que son las dudas de la noche.
              
Tiéndete junto a mí. Despierta en la memoria
esa inquietud que guardan los que acaban de amarse,
la imperceptible prisa de los labios
que buscaron un cuello donde apoyar su aliento.
Y déjame mirarte, frente a frente,
con estos mismos ojos orientales
que utiliza el amor para observamos.






SONATA TRISTE PARA LA LUNA DE GRANADA

A Marga 

"Le ciel est par-dessus le toit"
      Paul Verlaine



Esta ciudad me mira con tus ojos, 
parpadea,               
porque ahora después de tanto tiempo 
veo otra vez el piano que sale de la casa               
y me llega de forma diferente, 
huyendo del salón, 
abordando las calles               
de esta ciudad antigua y tan hermosa, 
que sigue solitaria como tú la dejaste,               
cargando con sus plazas, 
entre el cauce perdido del anhelo 
y al abrigo del mar.               
Estarías aquí 
y nada habría cambiado sino el tiempo, 
el cadáver extraño de sus ríos               
que siguen sumergidos 
como tú los dejaste. 
Ahora 
siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas               
y lo veo entendido 
sobre generaciones de ventanas antiguas 
mientras la noche avanza solitaria y perfecta.               
Somos de una ciudad 
cargada de paciencia, 
que no conoce el sueño de los invernaderos,               
ni ha vivido la extraña presencia del amor. 
Como pequeñas venas               
los comercios esperan para abrirse mañana 
y el deseo no existe               
más allá de la luna de los escaparates. 

Hemos soñado ya todos los sueños,               
hemos vivido aquí 
donde la historia olvida sus raíles vacíos,               
donde la paz es negra y se recoge 
entre plazas cerradas, 
sobre tabernas viejas,               
bajo el borde morado del misterio. 

Alguna vez soñamos 
con un mundo distinto:               
era cuando el imperio perdido del azúcar 
y llegaban viajeros 
al olor de la industria.               
Las calles se llenaron de motores rugientes 
y la frivolidad 
como una enredadera brillante por los ojos               
nos ofreció de pronto 
templada carne, lámparas de araña. 
Parece que os recuerdo               
abrasados al mundo entre trajes de hilo, 
entre la piel hermosa de una época               
que nos dejó sus árboles, 
el corazón grabado 
sobre las pitilleras, y su dedicatoria               
en las fotografías. 
Ahora 
cuando el destino ya no es una excusa               
sino la soledad, 
y los cielos están bajo el tejado 
como tú los dejaste,               
todo recuerda un sueño sucio 
de madrugada. 
Aquí 
no tuvimos batallas sino espera.               
La guerra fue un camión que nos buscaba, 
detenido en la puerta,               
partiendo con sus ojos encendidos 
de espía 
y al abrigo del mar.               
Más tarde 
entre canciones tristes de marineros rubios 
todo quedó dormido.               
De balcón a balcón 
oímos la posguerra por la radio,
y lejos,               
bajo las cruces frías de las plazas, 
ancianas sombras negras pascaban               
sosteniendo en las manos 
nuestra supervivencia. 

Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena,               
y tus manos son pálidas 
latiendo sobre ella 
y tu piel amarilla, quemada en el tabaco,               
que me recuerda ahora 
la luz artificial del alumbrado. 

Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho               
lo reciben sus piernas. 
Como testigos mudos de la historia
acaricio las cúpulas perdidas,               
palacios en ruina, 
fuentes viejas 
que recogen la luna 
donde van a esconderse los últimos abrazos.               
Verdes en el cansancio 
de todas las esquinas 
esta ciudad me mira con tus ojos de musgo,               
me sorprende tranquila 
de amor y me provoca. 
Amanece 
moradamente un día               
que las calles comparten con la lluvia. 
La soledad respira más allá               
de las grúas 
y mi cuerpo se extiende 
por una luz en celo que adivina               
los labios de la sierra, 
la ropa por las torres de Granada. 
              
La madrugada deja 
rastros de oscuridad entre las manos. 
      Oigo 
una voz que clarea. Lentamente 
los tejados sonríen cada vez más extensos,               

y así, 
como una ola, 
entre la nube abierta de todos los suburbios,               
esta ciudad se rompe sobre las alamedas, 
bajo los picos últimos               
donde la nieve aguarda 
que suba el mar, que nazca la marea. 



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