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lunes, 14 de febrero de 2011

POEMAS DE BLANCA ANDREU





Blanca Andreu nació en La Coruña en el año 1959 Es una importante poeta española de las últimas promociones que ya cuentan con un reconocimiento destacado de la crítica. Pasó su infancia y adolescencia en Orihuela (Provincia de Alicante), donde residía y reside su familia actualmente. Estudió en el Colegio de Jesús-María de San Agustín de Orihuela. Inició estudios de Filología en Murcia. De Orihuela se trasladó a Madrid con veinte años, con la intención de terminar sus estudios. Allí conoce al escritor Francisco Umbral, quien la introdujo en los círculos literarios madrileños.  Abandona la carrera y comienza a dedicarse a la poesía profesionalmente. En 1980 obtiene el, otrora,  importante  “Premio Adonais” con el libro De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, obra de lenguaje surrealista y que es considerada como el punto de partida de la "generación postnovísima". Posteriormente ha publicado varios poemarios más en los que se ha ido alejando del surrealismo de su primera obra. En 1985 contrajo matrimonio con el gran novelista Juan Benet. Tras la muerte de su esposo en 1993, regresa a La Coruña donde vive apartada de toda actividad pública, alternando su residencia entre La Coruña y Orihuela donde pasa largas temporadas. Los temas principales en su obra son el amor, la infancia y el paso del tiempo. Aunque sus cuatro primeras obras fueron escritas durante sus momentos de dolor, la poetisa ha declarado que éste le ha servido para evolucionar hacia una nueva etapa en la que su tendencia ha sido escribir una poesía más sencilla y profunda. Su ruptura con los novísimos no responde a un enfrentamiento generacional, algo en lo que coincide con otras autoras de la poesía española contemporánea en los años ochenta y noventa,  como Luis Castro, Almudena Guzmán o Ana Merino. En cierta forma, Blanca Andreu adelanta algunas de las características de lo que será este grupo de poetas indiferentes a las familias literarias, características como son el cuidado formal, la ausencia de referencias sociales y la disparidad de influencias incluso en un mismo autor. De su obra es menester señalar: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, Madrid, Hiperión, 1980; Báculo de BabelMadrid, Hiperión, 1982; Capitán Elphistone, Madrid, Visor, 1988; El sueño oscuro (recopilación, en un volumen, de la poesía escrita entre 1980 y 1989), Madrid, Hiperión, 1994; La tierra transparente, Madrid, Sial, 2002; Los archivos griegos, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2010. Ha  recibido numerosos premios entre los que destacan: Premio Adonais en1980; Premio de Cuentos Gabriel Miró en 1981; Premio Mundial de Poesía Mística, Fernando Rielo en 1982; Premio Ícaro de Literatura en 1982; Premio Internacional de Poesía Laureà Mela en 2001.





[Amor de los incendios y de la perfección] 


Amor de los incendios y de la perfección, amor entre la gracia y el crimen,
como medio cristal y media viña blanca,
como vena furtiva de paloma:
sangre de ciervo antiguo que perfume
las cerraduras de la muerte.

  



[Amor mío, amor mío, mira mi boca de vitriolo] 



Amor mío, amor mío, mira mi boca de vitriolo
y mi garganta de cicuta jónica,
mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere
por los desiertos de tomillo de Rimbaud,
mira los árboles como nervios crispados del día
llorando agua de guadaña.

Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril,
también en la capilla del espejo esto veo,
y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra
 Alejandría
ni escribir cartas para Rilke el poeta.

 



[Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto]



Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto
voy hablando del trozo de universo que yo era,
de subcutáneas estrellas de sangre
cazadas por el ángel de la anemia
en el cielo arterial,
diciendo leucocitos del alba y rio de linfa,
o bien de lo que quise:
                                        el ligero Mediterráneo,
la prohibición de envejecer,
                                                la gavilla del sueño barbitúrico,
y sobre todo, sobre todas las cosas,
Mozart anfetamínico preámbulo de pájaros,
Mozart en ala y aeropuerto,
arco de violín
príncipe o piloto: Mozart el Músico.




CINCO POEMAS PARA ABDICAR



Cinco poemas para abdicar,
para que sean un destello terrestre en mi tránsito
mientras el vaivén de mi cuerpo me dote de viejo sueño y tenga un altar adornado, 
mientras mis ojos suspendan la aspersión del líquido más breve,
abandonen su aire lacustre y la ligereza de la lágrima cóncava en donde beben grullas
y otras zancudas con pie de bailarina,
mientras mis manos sean hangares en las salinas negras para aviones de turbios vuelos,
mientras el súcubo murciélago diga en mi oído espuma  y diga oscuridad
en las marineras negras. 

Cinco poemas para la marcha en el paisaje de sábana de hilo,
un páramo es encaje antepasado, 
iniciales bordadas hace ya tres mil días
y alguna mancha de amor.

Cinco poemas como cinco frutos cifrados
o como cinco velas para la travesía:
el primero hacia aquella a la que nadie ve en la vaga velada del lago:
un resquicio de abril para Virginia, porque amó a las mujeres.

El segundo para mi amor:
sé bien que encima de mis heridas busco la alondra de tus heridas, 
sé bien que encima de mis heridas una cigüeña pone sus huevos.
Encima de tus heridas las ramas de los nervios se han dormido
y ahora son alas, páginas, oleaje, seres verdes.

Encima de mis heridas yo descubro una tela desventurada y ocre,
rasgada de enemigos,
o una palabra emborrachada por el lacre.
Pero cuando me duerma
ya no te querré.

El tercero para la casa que cae y el álamo vihuela o jardín bello,
para el ángel que guarda a la lombriz,
para todo lo que es pueril o leve y que clava
submarinos anzuelos en los ojos adultos.

El tercero es para el corazón de la raíz
y para la cerrada tierra de los estambres,
para la lluvia seria de las siestas del norte,
mala como una institutriz. 
Dile que no se meta en los salones
y los llene de gafas estrujadas.
Ay, dile que no espante los espejos de mirada niña.

Había tres balcones sangrantes,
había tres balcones como tres heridas incurables del muro,
había tres balcones y siete temblorosos escabeles.
Ay, dile que no asuste las palabras palomas,
que no deje que vayan batiendo un aire usado con 
                                                                               alas de cuchillo.
Las palabras apátridas de mi tercer poema
que no me muerdan las mejillas
y las sonatas que yo no toqué nunca, que no cesen,
ni el pequeño cuaderno de Ana Magdalena.
Yo no dije: ¡silencio!, 
y ahora el réquiem se teje con seres y desastres consanguíneos.
Dejadme las hortensias vestidas de pupilas, con traje de mirada,
esa campana vegetal que ya no suena y llora un zumo epílogo,
y las magnolias catalejos,
y aquel sillar tan grande como el siglo más cíclope.
Yo no dije: ¡silencio!
pero me fui bebiendo vino de exilio en la boca de piedra,
bebiendo fermentado líquido migratorio,
los ramos de las tórtolas de agosto y el eco de la casa 
                                                                                  que se cae.

Veo que no sobrevive el alma alta del muro,
la espuma voladora borracha de gaviotas,
el ángel que cuidaba la cucaracha de uva y la lombriz,
ni ningún pájaro como lágrima póstuma y celeste,
ni la resina tañendo su ámbar triste,
ni tampoco las malvas, las violentas, las verdes partituras.

El cuarto es para mi amor.
Amor mío,
sé bien que no te escupirá mi sueño y que tu cuello 
                                                                         no será sajado
por el filo último de mi sueño, 
que no te insultará el hiriente corazón de mi sueño,
porque si duermo ya no te querré.
Sé bien que busco encima de mis heridas
el escorpión de oro de tus heridas.
Sé bien que encima de mis heridas sólo habita
la imagen encalada de mi muerte.
Y por eso voy a asesinar
con la virgen cuchilla barbitúrico
la muchedumbre de heroicos locos que entonan para mí 
                                                                    la pesadilla y el bostezo, 
amor mío, sin asomar por la ventana
fuegos viejos, frescas cenizas,
familias errantes de soles.

Mi amor para la imagen encalada de mi muerte,
para la cal que se come a los niños,
para mi último caballo, oro, sobre asfalto celeste y el hule
                                                                              astral de abril.
Sé bien que galoparé en negro
porque negro es el color de los sueños,
negras las manos de la intimidad,
y sin espuelas, y sin bridas,
porque las espuelas son el poder, la aberración, 
estrellas de tijera y abismo.

El quinto para mi caballo,
para cuando ya estemos sucediendo
como dos estaciones
o dos días iguales.






CINERARIO



                                                                      a Marta


I


Ahora me pregunto qué sería de aquel fuego
y de su noche, la ceniza.





II


El fuego es dios de nada, dijo el poeta, es nada
aunque a veces sople por las chimeneas
un aire alemán.





III


Ahora me pregunto qué fue de aquellos fuegos
y de su norte, la ceniza.





IV


El fuego es dios de nada -dijo el poeta- es nada
y jamás se controla por educación
o cualquier otra
sino que obra
y porfía.




V

Ahora me pregunto que será de aquel fuego
y su sepulcro, la ceniza.






DESDE IRAK



Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?






[Di que querías ser caballo esbelto, nombre]



Di que querías ser caballo esbelto, nombre
de algún caballo mítico,
o acaso nombre de
Tristán, y oscuro.
Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años,
di sur, y di paloma adelfa blanca,
que habrías querido ser en tales cosas,
morirte en su substancia, ser columna.

Di que demasiadas veces
astrolabios, estrellas, el nervio de los ángeles,
vinieron a hacer música para Rilke el poeta,
no para tus rodillas o tu alma de muro.

Mientras la marihuana destila mares verdes,
habla en las recepciones con sus lágrimas verdes,
o le roba a la luz su luz más verde,
te desconoces, te desconoces.






DOS




Y casi espíritu de fuego, casi la empuñadura de una idea del fuego
aire de pájaro o espada, pero espía,
en tu interior hay ciervos y prodigios,
acaso un charco de oro.





ELPHISTONE


Es la hiedra negra, en las raíces, entre las hojas
del invierno, caídas hojas bajo la nieve, en las estrellas
del invierno, estrellas gastadas.
Yo lo recuerdo de la misma manera que el invierno
cuando con sus grandes botas pisotea la tierra,
como la sombra que divide así yo lo recuerdo
entre arbotantes y grandes maderos, en tanto el viento
escapa hacia el altar.
Yo recuerdo la luz de su fría república,
-sin duda la luna u otra materia maléfica.
Yo recuerdo su luz mientras el viento escapa
y una sombra torcida cruza hacia el altar.

Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes,
qué silencio crecido en un secreto como las ramas y
las catedrales
cuando la música de marzo tiene la verdad a sus pies.
Qué estaciones donde nada hay y ningún mensajero recuerda
aquella música lejana, aquellos ojos que brillan en la oscuridad
como dos animales vivos.
Sobre la niebla, entonces, propagaba su pensamiento
y relaciones y analogías relucían semejantes a peces,
recuerdos refulgiendo sobre el lomo del mar, huraños
pasillos de la memoria, entonces -los últimos
sentimientos, negros como la sombra en la bodega,
se saben todavía mal interpretados- qué astrolabio
y qué brújula, qué viento del noroeste
para el sombrío capitán Elphistone, para su mirada
cuando saluda a las constelaciones, el Boyero y las Cabrillas
contra el incendio de las tempestades
o bien qué mueca definitivamente fría como un hueso.
Gesto de sable pájaro, ademán de orgullo
cuando con los días contados
finges, te creces, injurias con la voz que va derecha.
Fugaces cortesías de los mares se disputan tu honor
y cierto género de noticias o silencios muy elocuentes,
espías del recuerdo las estrellas evocadoras, oleajes
de postrimerías, bendiciones, cuando
-bajo la advocación del Holandés- te desposas con el aparejo
y el viento oficiante murmura
sobre el podrido tálamo de lona
mientras que la madera entona el réquiem.






EN LA INDIA

                                                      (Loto)

-¿Quién eres tú, misteriosa
paloma vegetal de las aguas
perfumada estrella viviente?
-Cuando alza el azafrán como un monarca
su morada corona
y hace brillar su pistilo escarlata
del color de unos labios diciendo: “cosechadme”
y las lentejas de agua
y las castañas de agua
abren sus verdes ojos y pasean por el lago
yo lanzo mis raíces
a las profundidades
navego
por debajo
en un viaje de muerte
como el amor terrible
atravieso el olvido
y llego hasta la tierra sub-acuática
como a un palacio negro
y allí entro
sombrío, soberano
a comenzar mi historia
y entonces
vivo contra las aguas
desde la tierra al cielo
como el amor real
y majestuoso
subo
de la savia a la flor
y entonces soy
corazón blanco en las manos del río
soy nube anclada 
de salvajes raíces
soy el suave
cordero
de las lagunas:
la rosa de Siddhartha.




[Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes]


Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes o doscientos días de historia, o de libros
abiertos como heridas abiertas, o de lunas de Jonia y cosas así,
sino sólo beber yedra mala, y zarzas, y erizadas anémonas parecidas a flores.

Escucha, dime, siempre fue de este modo,
algo falta y hay que ponerle nombre,
creer en la poesía, y en la intolerancia de la poesía, y decir niña
o decir nube, adelfa,
sufrimiento,
decir desesperada vena sola, cosas así, casi reliquias, casi lejos. 

Y no es únicamente por el órgano tiempo que cesa y no cesa,
                                                        por lo crecido, para lo sonriente,
para mi soledad hecha esquina, hecha torre, hecha leve notario,
                                                                           hecha párvula muerta,
sino porque no hay otra forma más violenta de alejarse.



 

FÁBULA DE LA FUENTE Y EL CABALLO


                                                 A Beatriz de Laiglesia y Werner Aspenström



Dicen que murió un caballo.
Contaron que pasó como una sombra, que galopaba
como noticia que va corriendo
todos los días hasta la fuente -agua y sonidos blancos,
jaurías blancas y galgo crepitar-
todos los días entre la nieve y en el deshielo, sobre la
hierba de mayo, año tras año
huía de los lobos
ese caballo que ahora está muerto
atravesaba los bosques encendidos por la luna
quien lo saludaba fríamente.
Era castaño -acaso era una yegua-
ese caballo del que hablo. Nunca lo podré conocer.
Me han dicho que pasó como una sombra
que su vida no fue sino una sombra y sin embargo el caballo
era luz.
Era un caballo ateniense. En sus ojos brillab
a el fuego
de la verdad y la belleza,
pero nadie lo conoció.
Ese caballo que ahora viene vigilante hasta este poema
con los ojos agrandados por el insomnio de la muerte,
con la mirada de mi hermano y la sonrisa de fábula
a veces miraba a los hombres,
pero los hombres no sabían prestar atención a un caballo.
Ni el sabio ni el indiferente se preocuparon de indagar.
Y así el caballo pudo ir año tras año
hasta la fuente aquella y dicen
que se hicieron compañía
durante los durísimos tiempos.
No hablaban más que de sus cosas
en un lenguaje desconocido, más misterioso que el sueco
aquel caballo y aquella fuente.
La fuente era una comadre de las que todavía quedan,
vividora, aficionada
a los chismes.
El caballo era un caballero, no puede decirse otra cosa.
Dicen que galopaba como noticia que va corriendo
a propagar la prosperidad, como un mensaje
del rojo del verano.
Y nadie lo escuchó sino la fuente, nadie supo su signo
ni su símbolo,
nadie quiso saber sino la fuente de aquel caballo color hoja seca.
En el interior de un verso sueco descansa de su soledad
y ahora ha negado a este poema antes del amanecer
con grandes ojos semejantes a los de un antiguo profeta,
con ojos que no se preguntan si fue dios quien hizo la
muerte,
con grandes ojos elevados
a la categoría de potencias.
Sueño y sendero, sangre y oscuridad
que suenan como campanadas.
Hacia dónde vuelan. De su paso no queda
vestigio alguno. Y el caballo -desde la noche- mira y aprueba
no los ojos de la desapacible
sino la última luz de una brizna de hierba.




 

[Hasta nosotros la infancia de los metales raros]





                                                                                 Corónate, juventud, de una hoja más aguda
                                                                                                                                Saint-John Perse


Hasta nosotros la infancia de los metales raros,
la muchedumbre de la plata que nos pudre en su espuma,
su larga espuma larga como una cinta que naciera en un
          cuaderno de Back el Joven
Y viniera a morir aquí,
en las aves que anidan en los discos,
mientras Rainer María ya no es tan joven como en la
          página 38,
no es ni siquiera un joven muerto,
un infante difunto sin pavana,
y yo lo sé,
y no desfallecemos entre sexos cerrados como libros
          cerrados,
pero desfallecemos,
yo me desmayo,
tú te desvaneces,
él siente un ligero mareo sin llegar a la náusea
escrita o no escrita.
Ay, bostezamos ante tazas de azul de metileno,
aspiramos con aire distante el amoníaco,
nos hastiamos frente al alto sonido del vitriolo,
nos coronamos de veronal,
pues no encontramos hoja más aguda.

Mi hermano busca el cetro de mil alas de Heliogábalo,
aquellos niños prefieren la tiara papel,
y estos pequeños cíclopes enfermos del pulmón
que bajan de autobuses o de la marihuana,
y son hermosos como hermafroditas,
se coronan con cipreses de silos color vino:
no han encontrado un árbol más agudo.
Pero qué más da, el vaivén de sus cuerpos es vano y
           terrible,
y en absoluto excesiva la droga seria que se teje en la
           sangre,
las inyecciones de grave savia,
el hierro y el mercurio en las arterias haciendo de
           armadura y filtro,
el casco negro y la zarza negra de ningún caballero andante.

Como en mi medieval historia,
cuando ardían las piedras colegiales
para las brechas en la frente
y el cuerpo me dotaba de opio recién nacido,
la hora propia nos confunde,
nos hace himnos o hijos del antiguo caballo mitológico
y de una niña triste con la vena extendida,
de una aguja levantada por nieve increíble,
por amarillo de palomas persas:
                                           hablemos de los caballos padres,
hagamos alusión a los cascos secretos que nos darán la paz
y a las bridas ningunas,
a las futuras crines delicadamente angustiadas,
hablemos de los caballos padres que nos traerán la
        muerte y de la luna de anfetamina,
hablemos de la vena madre que nos traerá la dicha del fin,
hablemos de la virgen bebida extrema,

no hablemos sino del litoral y las vertientes de la locura
que posee a los hombres en los parques y ordena,

sino del puñalito que coronará la arteria coronaria como
         diadema suma
con la hoja infantil del metal más raro y más agudo del
         mundo.

 


MARINA




Te he visto, océano
te he galopado
a lomos de un violín 
de madera pulida
de un potro alabeado
del color del cerezo 
y eras, océano
un prado
de hierba azul
en movimiento.

Como si fueras
el propio olvido
te he visitado
océano
emperador de las aguas
espejo profundo del cielo
y he visto en tus eternas barbas de espuma
cereales azules y flores del silencio.




O MAR PROFUNDO




Vi un sembrado celeste
hecho de cristal vivo
parecía una pradera de zafiros
de tréboles azules y violetas .
Debajo de su tierra transparente
latía un resplandor
de prodigiosos peces
de delfines
que ríen
sobre el vano de la ola
un silencio de flores
que en lo secreto bailan.






jueves, 3 de febrero de 2011

POEMAS DE LUIS GARCÍA MONTERO







LUIS GARCIA MONTERO nació en Granada, en 1958. Es Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Granada. Entre sus libros de poemas pueden destacarse: Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn (1980), Tristia (en colaboración con Álvaro Salvador, 1982, Hiperión 1989), El jardín extranjero(1983, Hiperión 1989), Diario cómplice (Hiperión, 1987), Las flores del frío (Hiperión, 1991), Habitaciones separadas (Visor, 1994), Completamente viernes (Tusquets, 1998), La intimidad de la serpiente (Tusquets, 2003) y Vista cansada (Visor, 2008). Su poesía juvenil fue reunida en el volumen Además (Hiperión, 1994). Ha reunido también una selección de su obra en Casi cien poemas (Hiperión, 1997), Antología personal (Visor, 2001), Poesía urbana (2002), Poemas (Visor, 2004), Poesía. 1980 –2005 (Tusquets, 2006) y Cincuentena (Hiperión, 2010). Se le han concedido los Premios Federico García Lorca de la Universidad de Granada (1980), Adonais (1982), Loewe de Poesía (1993), Premio Nacional de Poesía (1994) y Premio Nacional de la Crítica (2003). Se le ha concedido también la Medalla de Oro de Andalucía. Como ensayista ha publicado El teatro medieval. Polémica de una inexistencia (1984), Poesía, cuartel de invierno (1987, 1988, Seix Barral, 2002), ¿Por qué no es útil la literatura? (en colaboración con Antonio Muñoz Molina, Hiperión, 1993), Confesiones poéticas (Diputación de Granada, 1993), El realismo singular (Libros de Hermes, 1993), Aguas territoriales (Pre-Textos, 1996), Lecciones de poesía para niños inquietos (Comares, 1999), El sexto día. Historia íntima de la poesía española (Debate, 2000), Gigante y extraño. Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (Tusquets, 2001), Los dueños del vacío. La conciencia poética, entre la identidad y los vínculos (Tusquets, 2006), Inquietudes bárbaras,  (Anagrama, 2008) y varias ediciones críticas de Federico García Lorca (Poema del cante jondo, Espasa Calpe, 1992), Rafael Alberti (Obras completas, Aguilar, 1988), Luis Rosales (El náufrago metódico, Visor, 2005) y Carlos Barral (Cuaderno de Metropolitano, Cátedra, 1997). Es también autor del libro de prosa narrativa Luna del sur (Renacimiento, 1992) y, junto a Felipe Benítez Reyes, de la novela Impares, fila 13 (Planeta, 1996). Colabora como columnista en la edición de El País de Andalucía. Ha recogido selecciones de sus artículos en los libros La puerta de la calle (Pre-textos, Valencia, 1997), La casa del jacobino (Hiperión, 2003) y Almanaque de fabulador (Tusquets, 2003). Por la novela Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara, 2009) recibió el Premio del Gremio de Libreros de Madrid como mejor libro del año.



A VECES UNA PIEL ES LA ÚNICA RAZÓN DEL OPTIMISMO

Debería llover
y hace falta ser lluvia,
caer en los tejados y en las calles,
caer hasta que el aire ponga
ojos de cocodrilo
mientras muerde la tierra igual que una manzana,
caer sobre la tinta del periódico
y caer sobre ti
que no llevas paraguas,
que te llamas María y Almudena,
que piensas como abril
en hojas limpias bajo el sol de mayo.
A veces una piel
pudiera ser la única razón del optimismo.
(Poema inédito)


CABO SOUNION


Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

Serán memoria y piel de mi presente
o sólo humillación, herida intacta.
Pero al correr del tiempo,
cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.
Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir,
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo.

  


CANCIÓN DE ANIVERSARIO                                                                                                                                                
                                                                                                                                                "...incómodos
                                                                                                                       de no sentir el peso de los años".
                                                                                                                                   Jaime Gil de Biedma

Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.

Hoy sabemos que entonces,
cuando tus veinte años y mi primer abrazo,
empezamos por ser
sobre todo indecisos: la tímida torpeza
de la primera noche
y la dificultad
con que dejar las manos
en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora
extrañamente hermoso estar aquí,
demasiado a menudo y decididos,
incómodo
de no sentir el peso de los años
aprendiendo contigo la premeditación
y escribiendo en tu piel mi alevosía.

Porque suele haber bancos donde se espera siempre,
aceras que prefieres por costumbre
o líneas de autobús al mediodía.

Y sin embargo tú
reapareces inédita en tu gesto
para decirme hoy
que le conteste al tiempo y sus preguntas
el práctico saber que tienes de mi cuerpo.






CONFESIONES


Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.


CANCIÓN DE LA BRUJERÍA



Señor compañero, Señor de la noche,
haz que vuelva su rostro
quien no quiso mirarme.

Que sus ojos me busquen
sostenidos y azules
por detrás de la barra.

Que pregunte mi nombre
y se acerque despacio
a pedirme tabaco.

Si prefiere quedarse,
haz que todos se vayan
y este bar se despueble
para dejarnos solos
con la canción más lenta.

Si decide marcharse,
que la luna disponga
su luz en nuestro beso
y que las calles sepan
también dejarnos solos.

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que no cante el gallo
sobre los edificios,
que se retrase el día

y que duren tus sombras
el tiempo necesario.

El tiempo que ella tarde en decidirse.



AUNQUE TÚ NO LO SEPAS

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.


COMO CADA MAÑANA



Ahora sé
que estas calles nos han hecho solitarios
y nuestro corazón
tiene el pulso amarillo
de las maderas lentas de un tranvía.

Sobre su cuerpo viejo
andábamos despacio, de forma irregular,
con una simetría parecida a los árboles.

Era hermoso acudir
cada mañana
y respetar la cita con la hiedra
del muro,
los ropajes cansados de las casas estrechas
y de las calles sucias. Agradable
cruzar sobre algún puente,
detenerse lo exacto
para ver cómo el agua discute en las orillas.

En su jardín olimos
los primeros inviernos, su curso indefinido
por entre las palmeras.
Casi nadie pasaba,
sólo había
cuarenta sillas rojas
de los bares cerrados y alguna soledad
definitiva.

Durante muchos años,
durante tantos días que pasaron
el uno tras el otro,
el deber era un cierto paseo solitario,
la cita con un rumbo que sólo desviamos
para pisar las horas que caían,
los sueños que faltaban,
la superficie helada de los charcos,
para saltar los setos
o besamos las uñas moradas por el frío.
Y llegando a la puerta solíamos comprar
pequeños caramelos de nata o de violetas.

Entrábamos por fin para mezclamos
como cada mañana de la vida
con el paso cansado, los azulejos fríos
de un mundo hecho en latín
y números romanos.

Ahora sé
que en aquella ciudad deshabitada
la gente andaba triste,
con una soledad definitiva
llena de abrigos largos y paraguas.






[Como el primer cigarro...]



Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillante sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas 
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas,
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también se hicieron
los muebles a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-
en una habitación parecida a la nuestra,
con libros y con cuerpos parecidos,
estuvimos amándonos
bajo el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.




CONVERSACIONES


Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también los muebles
se hicieron a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-,
en una habitación parecida a l a nuestra,
con libros y con cuerpos parecidas,
estuvimos amándonos
en el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.




CONFESIONES


Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.




DEDICATORIA


Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

  


[Déjame, pensamiento, déjame...]



Déjame, pensamiento, déjame,
mañana seré tuyo,
volveré a ser tu presa.
                                    Pero hoy,
mientras la luz araña en los árboles y pide
una oportunidad,
quiero que me recoja la inútil primavera.

A la casa del frío
regresaré mañana, cuando el tiempo
exponga sus razones
y el corazón pregunte
lo que falta por ver,
cuántos latidos
pueden quedarle para detenerse.


  
DESORDENADAMENTE


Tus ojos
que están llenos de selvas y son un manifiesto,
desordenadamente
me hacen aventurero
                                             y revolucionario






[Esa luna color de viejo saxofón]



Esa luna color de viejo saxofón
me retendrá en París.
Esa luna color de vieja mariposa,
de alma vieja buscando sobre el viento
ojos para mirar el fin de siglo,
gatos que son las dudas de la noche.
              
Tiéndete junto a mí. Despierta en la memoria
esa inquietud que guardan los que acaban de amarse,
la imperceptible prisa de los labios
que buscaron un cuello donde apoyar su aliento.
Y déjame mirarte, frente a frente,
con estos mismos ojos orientales
que utiliza el amor para observamos.






SONATA TRISTE PARA LA LUNA DE GRANADA

A Marga 

"Le ciel est par-dessus le toit"
      Paul Verlaine



Esta ciudad me mira con tus ojos, 
parpadea,               
porque ahora después de tanto tiempo 
veo otra vez el piano que sale de la casa               
y me llega de forma diferente, 
huyendo del salón, 
abordando las calles               
de esta ciudad antigua y tan hermosa, 
que sigue solitaria como tú la dejaste,               
cargando con sus plazas, 
entre el cauce perdido del anhelo 
y al abrigo del mar.               
Estarías aquí 
y nada habría cambiado sino el tiempo, 
el cadáver extraño de sus ríos               
que siguen sumergidos 
como tú los dejaste. 
Ahora 
siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas               
y lo veo entendido 
sobre generaciones de ventanas antiguas 
mientras la noche avanza solitaria y perfecta.               
Somos de una ciudad 
cargada de paciencia, 
que no conoce el sueño de los invernaderos,               
ni ha vivido la extraña presencia del amor. 
Como pequeñas venas               
los comercios esperan para abrirse mañana 
y el deseo no existe               
más allá de la luna de los escaparates. 

Hemos soñado ya todos los sueños,               
hemos vivido aquí 
donde la historia olvida sus raíles vacíos,               
donde la paz es negra y se recoge 
entre plazas cerradas, 
sobre tabernas viejas,               
bajo el borde morado del misterio. 

Alguna vez soñamos 
con un mundo distinto:               
era cuando el imperio perdido del azúcar 
y llegaban viajeros 
al olor de la industria.               
Las calles se llenaron de motores rugientes 
y la frivolidad 
como una enredadera brillante por los ojos               
nos ofreció de pronto 
templada carne, lámparas de araña. 
Parece que os recuerdo               
abrasados al mundo entre trajes de hilo, 
entre la piel hermosa de una época               
que nos dejó sus árboles, 
el corazón grabado 
sobre las pitilleras, y su dedicatoria               
en las fotografías. 
Ahora 
cuando el destino ya no es una excusa               
sino la soledad, 
y los cielos están bajo el tejado 
como tú los dejaste,               
todo recuerda un sueño sucio 
de madrugada. 
Aquí 
no tuvimos batallas sino espera.               
La guerra fue un camión que nos buscaba, 
detenido en la puerta,               
partiendo con sus ojos encendidos 
de espía 
y al abrigo del mar.               
Más tarde 
entre canciones tristes de marineros rubios 
todo quedó dormido.               
De balcón a balcón 
oímos la posguerra por la radio,
y lejos,               
bajo las cruces frías de las plazas, 
ancianas sombras negras pascaban               
sosteniendo en las manos 
nuestra supervivencia. 

Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena,               
y tus manos son pálidas 
latiendo sobre ella 
y tu piel amarilla, quemada en el tabaco,               
que me recuerda ahora 
la luz artificial del alumbrado. 

Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho               
lo reciben sus piernas. 
Como testigos mudos de la historia
acaricio las cúpulas perdidas,               
palacios en ruina, 
fuentes viejas 
que recogen la luna 
donde van a esconderse los últimos abrazos.               
Verdes en el cansancio 
de todas las esquinas 
esta ciudad me mira con tus ojos de musgo,               
me sorprende tranquila 
de amor y me provoca. 
Amanece 
moradamente un día               
que las calles comparten con la lluvia. 
La soledad respira más allá               
de las grúas 
y mi cuerpo se extiende 
por una luz en celo que adivina               
los labios de la sierra, 
la ropa por las torres de Granada. 
              
La madrugada deja 
rastros de oscuridad entre las manos. 
      Oigo 
una voz que clarea. Lentamente 
los tejados sonríen cada vez más extensos,               

y así, 
como una ola, 
entre la nube abierta de todos los suburbios,               
esta ciudad se rompe sobre las alamedas, 
bajo los picos últimos               
donde la nieve aguarda 
que suba el mar, que nazca la marea.