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viernes, 5 de marzo de 2010

POEMAS DE RAFAEL ALBERTI



Nació en el Puerto de Santa María (Cádiz) el 16 de diciembre de 1902. Por su obra Marinero en tierra recibió el Premio Nacional de Literatura en 1925. Tuvo una importante participación en el movimiento intelectual producido por la guerra civil, llegando a constituirse en Secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas (1936-1939) y director de las revistas “Octubre” y “El Mono Azul”, como también colaborador de la revista “Hora de España”. Su vocación primera la constituyó la pintura, disciplina que abandona para dedicarse casi enteramente a la literatura. Exiliado inicialmente en Francia, se traslada a Argentina, Uruguay y finalmente a Italia donde establece su residencia en Roma. En 1965 (y con el voto de Pablo Neruda) recibe el Premio Lenin Internacional. A la muerte de Francisco Franco regresa a España donde es elegido diputado a las Cortes por el Partido Comunista. En 1983 le es conferido el Premio Cervantes de Literatura por su vasta trayectoria poética y en 1985 el grado de “Doctor Honoris Causa” por la Universidad de Cádiz. Sus libros de poesía más representativos son: Marinero en tierra (1925), Cal y Canto (1929), Sobre los ángeles (1929), Verte y no verte (1935), El poeta en la calle (1936), Baladas y canciones del Paraná (1954), Poesías completas (1961), Poemas escénicos (1962), Sonetos romanos (1965), Los ocho nombres de Picasso (1970), Poesía 1924-1967 (1972), Nuevas Coplas de Juan Panadero (1979), El aburrimiento (1988) y Canciones para Altair (1989) entre muchos más. Como autor de teatro sobresalen: El adefesio (1944) y Noche de guerra en el Museo del Prado (1956). Fallece en su pueblo natal el 28 de octubre de 1999.




SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA


Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla,
y sobre el ancla una estrella,
y sobre la estrella el viento,
y sobre el viento la vela!




EL NIÑO DE LA PALMA (CHUFLILLAS)


¡Qué revuelo!
¡Aire, que al toro torillo
le pica el pájaro pillo
que no pone el pie en el suelo!
¡Qué revuelo!
Ángeles con cascabeles
arman la marimorena,
plumas nevando en la arena
rubí de los redondeles.
La Virgen de los caireles
baja una palma del cielo.
¡Qué revuelo!
—Vengas o no en busca mía,
torillo mala persona,
dos cirios y una corona
tendrás en la enfermería.
¡Qué alegría!
¡Cógeme, torillo fiero!
¡Qué salero!
De la gloria, a tus pitones,
bajé, gorrión de oro,
a jugar contigo al toro,
no a pedirte explicaciones.
¡A ver si te las compones
y vuelves vivo al chiquero!
¡Qué salero!
¡Cógeme, torillo fiero!
Alas en las zapatillas,
céfiros en las hombreras,
canario de las barreras,
vuelas con las banderillas.
Campanillas
te nacen en las chorreras.
¡Qué salero!
¡Cógeme, torillo fiero!
Te digo y te lo repito,
para no comprometerte,
que tenga cuernos la muerte
a mí se me importa un pito.
Da, toro torillo, un grito
y, ¡a la gloria en angarillas!
¡Qué salero!
¡Que te arrastran las mulillas!
¡Cógeme, torillo fiero!




ARACELI


No si de arcángel, triste ya nevados
los copos, sobre ti, de sus dos velas.
Si de serios jazmines, por estelas
de ojos dulces, celestes, resbalados.
No si de cisnes sobre ti cuajados,
del cristal exprimidas carabelas.
Si de luna sin habla cuando vuelas,
si de mármoles mudos, deshelados.
Ara del cielo, dime de qué eres,
si de pluma de arcángel y jazmines,
si de líquido mármol de alba y pluma.
De marfil naces y de marfil mueres,
confinada y florida de jardines
lacustres de dorada y verde espuma.




EL ÁNGEL ÁNGEL

Y el mar fue y le dio un nombre
y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego.
La tierra, nada.
Ese reino movible,
colgado de las águilas,
no la conoce.
Nunca escribió su sombra
la figura de un hombre.




A LA PINTURA


A ti, lino en el campo. A ti, extendida
superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
diseño fiel o llama desceñida.
A ti, línea impensada o concebida.
A ti, pincel heroico, roca o cera,
obediente al estilo o la manera,
dócil a la medida o desmedida.
A ti, forma; color, sonoro empeño
porque la vida ya volumen hable,
sombra entre luz, luz entre sol, oscura.
A ti, fingida realidad del sueño.
A ti, materia plástica palpable.
A ti, mano, pintor de la Pintura.




ESE GENERAL


-Aquí está el general.
¿Qué quiere el general?
-Una espada desea el general.
-Ya no existen espadas, general.
¿Qué quiere el general?
-Un caballo desea el general.
-Ya no existen caballos, general.
¿Qué quiere el general?
-Otra batalla quiere el general.
-Ya no existen batallas, general.
¿Qué quiere el general?
-Una amante desea el general.
-Ya no existen amantes, general.
¿Qué quiere el general?
-Un gran tonel de vino desea el general.
-Ya no hay tonel ni vino, general.
¿Qué quiere el general?
-Un buen trozo de carne desea el general.
-Ya no existen ganados, general.
¿Qué quiere el general?
-Comer yerbas desea el general.
-Ya no existen los pastos, general.
¿Qué quiere el general?
-Beber agua desea el general.
-Ya no existe más agua, general.
¿Qué quiere el general?
-Dormir en una cama desea el general.
-Ya no hay cama ni sueño, general.
¿Qué quiere el general?
-Perderse por la tierra, desea el general.
-Ya no existe la tierra, general.
¿Qué quiere el general?
-Morirse como un perro desea el general.
-Ya no existen los perros, general.
¿Qué quiere el general?
¿Qué quiere el general?
Parece que está mudo el general.
Parece que no existe el general.
Parece que se ha muerto el general,
que ya, ni como un perro, se ha muerto el general,
que el mundo destruido, ya sin el general,
va a empezar nuevamente, sin ese general.




A PABLO NERUDA,
CON CHILE EN EL CORAZÓN


No dormiréis, malditos de la espada,
cuervos nocturnos de sangrientas uñas,
tristes cobardes de las sombras tristes,
violadores de muertos.
No dormiréis.
Su noble canto, su pasión abierta,
su estatura más alta que las cumbres,
con el cántico libre de su pueblo
os ahogarán un día.
No dormiréis.
Venid a ver su casa asesinada,
la miseria fecal de vuestro odio,
su inmenso corazón pisoteado,
su pura mano herida.
No dormiréis.
No dormiréis porque ninguno duerme.
No dormiréis porque su luz os ciega.
No dormiréis porque la muerte es sólo
vuestra victoria.
No dormiréis jamás porque estáis muertos.




[PARA ALGO LLEGASTE, ALTAIR, DESCENDISTE]




Para algo llegaste, Altair, descendiste
de tu constelación en pleno día.
Nunca bajó una estrella
a enramarse del sol de los olivos,
ni la cal de los pueblos
pasó del blanco puro a ser más blanca
ni el viento de esa noche
a prolongar su canto más allá de la aurora.
Nunca se vio a una estrella a pie por los caminos,
ni pararse de pronto, detenerse,
señalando, prendiendo, iluminando
algo que no esperaba.
Para algo Altair descendió desgajándose
de su constelación aquella noche.




ROMANCE DE LA DEFENSA DE MADRID


Madrid, corazón de España,
late con pulsos de fiebre.
Si ayer la sangre le hervía,
Si tu abuelo a Carlos V
le abría con una lanza
la bragueta emperadora
antes de entrar en batalla,
tú, en cambio, las manos trémulas,
impotente, abotonabas
los calzoncillos reales
del último rey de España.
Si a tu abuelo, el primer duque,
Ticiano lo retratara,
tú mereciste la pena
de serlo por Zuloaga.
Un pincel se baño en oro,
el otro se mojó en caca.
Duque, perdiste la aurora,
celador honoris causa
de El Prado, donde, desnuda
la duquesa Cayetana,
tú eras bedel del ombligo
que Goya le destapara.
Talento heredado, duque,
fortuna y gloria heredadas,
son cosas que el mejor día,
de un golpe, las lleva el agua.
Vuélvete de Londres, deja,
si te atreves a dejarla,
la triste flor ya marchita,
muerta de tu aristocracia,
y asoma por un momento
los ojos por las ventanas
de tu palacio incautado,
el tuyo, el que tú ahitaras;
súbeles las escaleras,
paséalos por las salas,
por los salones bordados
de victoriosas batallas,
bájalos a los jardines,
a las cocheras y cuadras,
páralos en los lugares
más mínimos de tu infancia,
y verás cómo tus ojos
ven lo que jamás pensaran:
palacio más limpio nunca
lo conservó el pueblo en armas.
Las Milicias comunistas
son el orgullo de España.
Verás hasta los canarios,
igual que ayer, en sus jaulas,
los perros mover la cola
a sus nuevos camaradas;
y verás la que contigo
servidumbre se llamaba,
ya abolidas las libreas,
hablar de ti sin nostalgia.
Señor duque, señor duque,
último duque de Alba:
los comunistas sabemos
que la aurora no se para,
que el alba sigue naciendo,
de pie, todas las mañanas.
Si un alba muerta se muere
otra mejor se levanta.




RADIO SEVILLA


¡Atención! Radio Sevilla.
Queipo de Llano es quien ladra,
quien muge, quien gargajea,
quien rebuzna a cuatro patas.
¡Radio Sevilla! --Señores:
aquí un salvador de España.
¡Viva el vino, viva el vómito!
Esta noche tomo Málaga;
el lunes, tomé Jerez;
martes, Montilla y Cazalla;
miércoles, Chinchón, y el jueves
borracho y por la mañana
todas las caballerizas
de Madrid, todas las cuadras,
mullendo los cagajones,
me darán su blanda cama.
¡Oh, qué delicia dormir
teniendo por almohada
y al alcance del hocico
dos pesebreras de alfalfa!
¡Qué honor ir al herradero
del ronzal! ¡Qué insigne gracia
recibir en mis pezuñas,
clavadas con alcayatas,
las herraduras que Franco
ganó por arrojo en África.
Ya se me atiranta el lomo,
ya se me empinan las ancas,
ya las orejas me crecen,
ya los dientes se me alargan,
la cincha me viene corta,
las riendas se me desmandan,
galopo, galopo... al paso.
Estaré por Madrid mañana,
que los colegios se cierren,
que las tabernas se abran.
Nada de Universidades,
de Institutos, nada, nada.
Que el vino corra al encuentro
de un libertador de España.
-¡Atención! Radio Sevilla.
El general de esta plaza,
tonto berrendo en idiota,
Queipo de Llano, se calla.




GALOPE


Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galope, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.


¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!


A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.


¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!


Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo, cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.


¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!



¡SOY DEL QUINTO REGIMIENTO!


Mañana dejo mi casa,
dejo los bueyes y el pueblo.
¡Salud! ¿Adónde vas, dime?
Voy al Quinto Regimiento.


Caminar sin agua, a pie.
Monte arriba, campo abierto.
Voces de gloria y de triunfo.
¡Soy del Quinto Regimiento!




VOSOTROS NO CAÍSTEIS


¡Muertos al sol, al frío, a la lluvia, a la helada,
junto a los grandes hoyos que abre la artillería,
o bien sobre la yerba, que de puro delgada
y al son de vuestra sangre, se vuelve melodía!


Siembra de cuerpos jóvenes, tan necesariamente
descuajados del triste terrón que los pariera,
otra vez y tan pronto y tan naturalmente
semilla de los surcos que la guerra os abriera.


Se oye vuestro nacer, vuestra lenta fatiga,
vuestro empujar de nuevo bajo la tapa dura
de la tierra que al daros la forma de una espiga
siente en la flor del trigo su juventud futura.


¿Quién dijo que estáis muertos? Se escucha en el silbido
que abre el vertiginoso sendero de las balas
un rumor, que ya es canto, gloria recién nacido,
lejos de las piquetas y funerales palas.


Y los vivos, hermanos, nunca se les olvida.
Cantad ya con nosotros, con nuestras multitudes
de cara al viento libre, a la mar, a la vida.
No sois la muerte, sois las nuevas juventudes.


(En Madrid, diciembre de 1936)




LEJOS DE LA GUERRA


Yo diré tu heroísmo de nuevo y simplemente,
lejos de ti, ciudad, con la voz merecida
del hombre que por norma ya tiene diariamente
anochecer sin casa o amanecer sin vida.


Campos sin guerra, os traigo de las atronadoras,
desangradas orillas del pobre Manzanares,
un saludo enramado de sus libertadoras,
destrozadas encinas y partidos pinares.


Bosques tranquilos, pueblos ausentes, derramados
por la monotonía
de los mismo dulcísimos, lluviosos panoramas.
yo os contaré la pena de los rotos tejados,
la paralela suerte del cable y el tranvía,
el fin de la arboleda, la historia de sus ramas.


Puentes anchos del Sena, puentes desposeídos
de los fijos temores
que por los claros ojos sin sueño de tus puentes,
Madrid, ven entre ruedas, sombras y hombres hundidos,
al alba de los súbitos, mortales resplandores,
cuanto tienen los héroes de flores inocentes.


París, por tus tranquilas
chimeneas que exaltan un cielo sin motores,
se me angustian las venas subiendo a mis pupilas
caras desenterradas,
uñas que entrechocando con la muerte, rabiosas
buscan bajo las íntimas viviendas desventuradas
los familiares restos difuntos de las cosas.


¡Ah Madrid de la luz que se me va y enfría!
París, con tus tugurios de caspas y melenas,
pederastas, modistos, cabrones permanentes
y esta desamparada, sin alquilar, vacía
puta triste, que apenas
pasa como el recuerdo de historia sin dientes.
Viejo París, tu mano,
medio muerta en la mía,
tiene algo de gusano.
Al comprimirlo sangra, mordiendo todavía.


Que a ti, París profundo, trabajador, risueño,
te mojen las gloriosas, mínimas, ejemplares
aguas del Manzanares,
de alegría, de aurora, de libertad y sueño.


(París, febrero de 1937)

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