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viernes, 5 de marzo de 2010

POEMAS DE VICENTE ALEIXANDRE



Nació en Sevilla en 1898 y murió en Madrid en 1984. Su infancia transcurrió en Andalucía hasta su traslado a la capital de España, donde realizó estudios de Derecho y Comercio. En 1935 recibió el Premio Nacional de Literatura por su obra La destrucción o el amor. Acabada la guerra y pese a pertenecer al bando republicano -debido Al padecimiento de una larga enfermedad- tuvo que permanecer en España, ejerciendo un importante magisterio privado con lo más destacado de la joven poesía de la postguerra (en la famosa calle Velintonia, hoy rebautizada como Vicente Aleixandre). En 1949 ingresó a la Real Academia Española de la Lengua. En 1977, su obra es reconocida con el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el cuarto autor peninsular en obtenerlo. Sus obras más destacadas en el género poético son: Ámbito (1928), Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (1935), Sombra del paraíso (1944) Nacimiento último (1953) Poesías completas (1960), En un vasto dominio (1962), Poemas de la consumación (1969, Premio de la Crítica) y Antología total (1976). Sus memorias han sido editadas bajo el título de Los encuentros, en 1958.






El POETA SE ACUERDA DE SU VIDA


Perdonadme: he dormido.
Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.
Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.
¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.
Bellas son al sonar, mas nunca duran.
Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora
o cuando el día cumplido estira el rayo
final, ya en tu rostro acaso.
Con tu pincel de luz cierra tus ojos.
Duerme.
La noche es larga, pero ya ha pasado.




CANCIÓN A UNA MUCHACHA MUERTA

Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber por qué ahora eres un agua,
esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma.
Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles pájaros,
esa canción total que por encima de los ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.
Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color de piedra, color de beso o labio,
cantas como si el nácar durmiera o respirara.
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde sólo boga el silencio,
esos dientes que son de marfil resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no verdes...
¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube;
oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;
césped blando que pisan unos pies adorados!



EMILIO PRADOS
(RETRATO EN REDONDO)

1
Una sombra. Sólo una
sombra justa. Sin penumbra.

2
Un perfil. Tan sólo un crudo
perfil sobre el cielo puro.

3
Un torso. Un torso de pluma
quieto, peinado de espumas.

4
(No hay que tocarlo. Una herida,
sin saberse, quedaría.)

5
Una mano. ¿Blanca? ¿Negra?
Sus dos manos verdaderas.

6
Una frente. ¿Y los luceros?
Una frente hasta vencerlos.

7
(La noche, en comba, cerrada
sobre su negra mirada.)

8
El aire en su brazo. ¿El aire?
(Una sierpe se contrae.)

9
Gime la luz. De su boca
surte, dolida, la aurora.

10
Inagotable la vierte,
Cierra los ojos, y siente.

11
Se ha hecho ya el día. Completo
se le lanza contra el pecho.

12
Pero en el suelo, tendido,
su pie lo pisa, infinito.



EN LA PLAZA

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!



NACIMIENTO ÚLTIMO

Para final esta actitud alerta.
Alerta, alerta, alerta.
Estoy despierto o hermoso. Soy el sol o la respuesta.
Soy esa tierra alegre que no regatea su reflejo.
Cuando nace el día se oyen pregones o júbilos.
Insensato el abismo ha insistido toda la noche.
Pero esta alegre compañía del aire,
esta iluminación de recuerdos que se ha iluminado como
una atmósfera,
ha permitido respirar a los bichitos más miserables,
a las mismas moléculas convertidas en luz o en huellas de
las pisadas.
A mi paso he cantado porque he dominado el horizonte;
porque por encima de él - más lejos, más, porque yo soy
altísimo -
he visto el mar, la mar, los mares, los no-limites.
Soy alto como una juventud que no cesa.
¿Adónde va a llegar esa cabeza que ha roto ya tres mil
vidrios,
esos techos innúmeros que olvidan que fueron carne para
convertirse en sordera ?
¿ Hacia qué cielos o qué suelos van esos ojos no pisados
que tienen como yemas una fecundidad invisible ?
¿ Hacia qué lutos o desórdenes se hunden ciegas abajo
esas manos abandonadas ?
¿ Qué nubes o qué palmas, qué besos o siemprevivas
buscan esa frente, esos ojos, ese sueño,
ese crecimiento que acabará como una muerte
reciennacida ?


POEMA DE AMOR

Te amo sueño del viento
confluyes con mis dedos olvidado del norte
en las dulces mañanas del mundo cabeza abajo
cuando es fácil sonreír porque la lluvia es blanda
En el seno de un río viajar es delicia
oh peces amigos decidme el secreto de los ojos abiertos
de las miradas mías que van a dar en la mar
sosteniendo la quilla de los barcos lejanos
Yo os amo —viajadores del mundo— los que dormís sobre el agua
hombres que van a América en busca de sus vestidos
los que dejan en la playa su desnudez dolida
y sobre las cubiertas del barco atraen el rayo de la luna
Caminar esperando es risueño es hermoso
la plata y el oro no han cambiado de fondo
botan sobre las ondas sobre el lomo escamado
y hacen música o sueño para los pelos más rubios
Por el fondo de un río mi deseo se marcha
de los pueblos innúmeros que he tenido en las yemas
esas oscuridades que vestido de negro
he dejado ya lejos dibujadas en espalda
La esperanza es la tierra es la mejilla
es un inmenso párpado donde yo sé que existo
¿Te acuerdas? Para el mundo he nacido una noche
en que era suma y resta la clave de los sueños
Peces árboles piedras corazones medallas
sobre vuestras concéntricas ondas —sí— detenidas
yo me muevo y si giro me busco oh centro oh centro
camino —viajadores del mundo— del futuro existente
más allá de los mares en mis pulsos que laten



EL MILICIANO DESCONOCIDO
Frente de Madrid


No me preguntéis su nombre.
Le tenéis ahí en el frente,
por las orillas del río:
toda la ciudad lo tiene.
Cada mañana se alza,
cuando la aurora lo envuelve
con un resplandor de vida
y otro resplandor de muerte.
Cada mañana se alza,
como un acero se yergue,
y donde pone sus ojos
una luz mortal esplende.
No me preguntéis su nombre,
que no habrá quien lo recuerde.
Cada día se levanta
con la aurora o el poniente,
salta, empuña, avanza, arrolla,
mata, pasa, vuela, vence;
donde se planta allí queda;
como la roca, no cede;
aplasta como montaña
y como la flecha, hiere.
Madrid entero lo adivina;
Madrid late por sus sienes;
sus pulsos vibran hirviendo
de hermosa sangre caliente,
y en su corazón rugiendo
cantan millones de seres.
No sé quién fue, quién ha sido:
¡toda la ciudad lo tiene!
¡Madrid, a su espalda, le alienta,
Madrid entero lo sostiene!
¡Un cuerpo, un alma, una vida
como un gigante se yerguen
a las puertas del Madrid
del miliciano valiente!
¿Es alto, rubio, delgado?
¿Moreno, apretado, fuerte?
Es como todos. ¡Es todos!
¿Su nombre? Su nombre ruede
sobre el estrépito ronco,
ruede vivo entre la muerte;
ruede como una flor viva,
siempreviva para siempre.
Se llama Andrés o Francisco,
se llama Pedro Gutiérrez,
Luis o Juan, Manuel Ricardo,
José, Lorenzo, Vicente...
Pero no. ¡Se llama sólo
Pueblo Invicto para siempre!




EL FUSILADO


Veinte años justo tenía
José Lorente Granero
cuando se alistó en las filas
de las Milicias de hierro,
y salió para la Sierra
diciendo sólo: "¡Sí vuelvo,
hermanos, será cantando
con vosotros; si no, muerto!"
Y una luz brilló de llamas
en sus grandes ojos negros.
Doce noches con sus días,
luchó José entre los cerros,
bajo una luna de agosto
que endurecía los pechos.
Luchó y mató; un nimbo rojo
iluminaba su cuerpo,
y de las balas traidoras
parecía protegerlo.
Su fusil entre sus manos
era una rosa de fuego
vomitando espanto y muerte
para el enemigo negro.
¡Miradlo erguido en el monte,
hermoso, fuerte y sereno,
héroe entre sus camaradas,
entre las balas ilesos!
Mas, ¡ay!, que llegó una noche,
noche de pena y de duelo,
noche de tormenta obscura,
noche de cielo cubierto.
En la refriega, José,
de venganza y furor ebrio,
persiguiendo puso en fuga
a un grupo de hombres siniestros
que escapaban entre breñas
como lobos carniceros.
Corrió y corrió, corrió tanto
José, solo, persiguiéndolos,
que cuando quiso mirar
atrás con sus ojos negros
no vio sino soledad,
soledad, noche y silencio.


De repente unos traidores,
a docenas, si no a cientos,
de sus cubiles brotaron,
de sorpresa le cogieron;
entre todos le rodean,
aunque él tumba a cinco, muertos,
y a insultos, golpes, atado,
le llevan al campamento.
¡Ay, voz que cantas la vida
de este muchacho del pueblo,
honor de la gesta heroica,
José Lorente Granero:
calla y no digas la triste
terminación del suceso
ocurrido entre las peñas
que baña un arroyo fresco!
Contra unas tapias le pone
la turba de bandoleros,
y José los mira a todos
con un altivo desprecio.
Apuntan nueve fusiles
a aquel noble y limpio pecho,
espejo de milicianos
y de valientes espejo,
y del desdén de su boca
un salivazo soberbio
va a aplastarse entre los ojos
del jefe vil fusilero.
¡Que así va afrontar la muerte
quien tiene temple de acero!
¡Ay, voz que cantas la historia
que aquí escucháis de Granero:
acaba y narra hasta el fin,
maravilloso suceso
ocurrido en una noche
de temeroso recuerdo!
Sonó aquella voz infame:
¡Fuego, gritó, y fuego hicieron
las nueve bocas malditas
que plomo vil escupieron,
y nueve balas buscaron
la tierna carne de un pecho
que latió por el amor
y la libertad del pueblo.
Rodó un cuerpo entre las piedras,
reinó un profundo silencio,
sólo roto por los pasos
que se alejaban siniestros.
La tierra solo quedaba
Sola no: ella y su muerto.


¡Ay, tú, José, que me escuchas,
tendido, solo y sangriento!,
¿quién eres que así no oyes
los miles de roncos pechos
que desde el fondo te llaman
por ríos, valles y cerros?
¡Quién eres que no te alzas
ante el clamoroso imperio
de miles de corazones
con un mismo sin latiendo?


Amanecía la aurora
y el alba doraba el cuerpo,
un cuerpo que con el día
se levantó de ese suelo,
y en pié, sangrando, terrible,
adelantó al pie derecho
y subió monte hacia arriba,
como un sol que va naciendo


y va dejando su sangre
o su luz como un reguero.


José no murió. ¡Miradlo!
Resucitado, no ha muerto;
que no murió, como no
morirá jamás el pueblo.
Podrán fusiles y balas
pretender herir su pecho.
Podrán bombas y cañones
intentar romper su cuerpo.
Pero el pueblo vive y vence,
pueblo sin tacha y sin miedo,
que en una aurora de sangre
está como un sol naciendo.

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